domingo, 23 de noviembre de 2014

Los tacones vuelan descalzos


Y te miras al espejo.
Ocho de la tarde, atardecer lento.
Miras el insulso reflejo de un cigarro, un vicio, en tu espejo.
Te crees que te gusta, quieres creer que te engancha cuando sabes perfectamente que a quien vives enganchado es a ella, a su recuerdo. Duermes a duras penas y comienza un nuevo día.

El hilo de tus pensamientos que anoche se interrumpía con los sueños regresa. Ella es la única razón de que el humo invada siniestramente la habitación, lo único que te mantiene cuerdo.
Y de fondo oyes la misma melodía sin quererlo y una lágrima furtiva se escapa por tu mejilla.
Te sientes débil, impotente.
Caminas con paso cansado hasta la estantería y sacas el álbum que escondes cada noche. Una recopilación de fotos suya. En esas imágenes, ella te mira enamorada, te sonría; y qué sonrisa. Está enamorada.
O al menos lo estaba. Antes de marcharse, antes de querer decirte adiós para un rato o para siempre.

Ahora vuelves a pensar en ella, como cada dos minutos y a quererla. Pero claro, de eso nunca te cansaste. Sientes que tu alma poco a poco te va abandonando, entre mañanas demasiado largas y noches demasiado intensas.
Y de pronto te das cuenta de que has estado viviendo dándole la mano a la soledad todo este tiempo. Quizá sea eso lo que no te ha dejado contemplar el mundo más allá de la vista baja de tus pies.
Te levantas apesadumbrado y vas hasta el cuarto de baño decidido a tirar de una vez por todas el pinta labios que tantas veces rozó tu piel y que sigue descansando sobre aquella repisa.
Pero no llegas, no porque falte la decisión, sino por que suena el timbre.
Automáticamente cambias la cara, te vistes de sonrisa falsa y corres a ver quién llama un domingo a las doce de la mañana.
Al abrir la puerta un escalofrío te recorre de arriba a abajo la espalda. Y tú has perdido el habla.
Es ella.
Intentas recoger los mil pedazos en los que te has desecho al verla llamando a tu puerta.
-¿Qué haces aquí?- Preguntas en  un tono monocorde.
Y te fijas en sus ojos. Ha estado llorando, está más delgada que la última vez que la viste y la tristeza invade sus ojos.
-Yo también me alegro de verte.- Susurra sarcástica.
Y el silencio, ese que os ha acompañado tantas veces vuelve, pero ella está aquí y ha venido a que la escuches, para romperlo.
-Te debo una explicación.
Tú sabes que si, que tiene razón, pero ahora que la tienes delante no quieres oirlo. 
-Ahórratela.- Le dices.
Entonces las lágrimas brotan de sus ojos y es imposible de frenar tanto sentimiento contenido.
La invitas a pasar para que se tranquilice y tu corazón se ablanda, se despoja de todo cimiento que quisiste construir en su contra y vuelve a ser suyo.
-No llores, no te lo mereces...Deberías estar feliz, estás enamorada de él...- Susurras con voz quebrada al nombrarlo.
- Ese es el problema. No estoy enamorada. Al menos no de él. Me asuste, ¿sabes? Tenía miedo de que esto que teníamos se acabase, que te cansaras de mi y yo no supiera olvidarte así que decidí alejarme. Y apareció él, que me hacía reír, que me llevaba al cine y que prefería una mañana de deporte a una tarde de domingo entre películas tirados en el sofá. Entonces le dije adiós. He comprendido que lo que tenemos...tuvimos,- Corrige.- es solo nuestro y que es lo que realmente me hace feliz, lo que hace que quiera seguir viviendo. Que sigo enamorada de ti...
Nunca has esperado que llegase aquella explicación que acabas de recibir, y menos, así.
Solo sabes acariciar su rostro, atraerla hacia ti y volver a comenzar con el recorrido de besos que tan bien conocéis. Y la besas. Y tu corazón late de nuevo porque está contigo y no quiere irse, y se quita las tiritas que intentaron contener las lágrimas. Y pasáis el domingo entre películas, vuestros domingos.
Y a eso de las nueve sus tacones vuelven a estar en tu armario para ella hacer pases de modelo entre risas, solo para ti.
Ella ha vuelto. Eres feliz.

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