Veo sus ojos en cada uno de los fragmentos del espejo que un día hicimos trizas entre carreras por el pasillo. Él quería pillarme pero nunca lo conseguía.
El reloj que se dejó bajo la mesa aún descansa en el cajón del dormitorio y de su persona no quedan más que recuerdos.
Todavía sonrío al recordar su forma de mirarme, todavía llevo puesto su jerséy y el olor de su perfume corre por mi cuello.
Los fragmentos del espejo siguen donde los dejamos y de fondo suena mi gran salvadora. La música, que hace que no me hunda y me invita a continuar con pasos lentos y torpes el escabroso camino.
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