domingo, 16 de febrero de 2014

Entonces dime si esto es una despedida o si quieres que me quede para toda la vida.

Ha pasado algo más de un año. Tanto tiempo y tan poco, unas manecillas del reloj moviéndose lentas contra el mundo.
Supe entonces que la amabas sólo con mirarte los ojos. ¿No te diste cuenta? Brillaban. Aún estando lejos de ella, eras capaz de contarme una a una las veces que sonreía cuando le hacías cosquillas, contabas todos y cada uno de sus lunares, no sabías ni donde estabas pero, sí su geografía.
Te gustaba recrearte en el camino de su cuello, en su forma de mirarte y es que por más que le das vueltas nunca has sabido encontrar las palabras idóneas para describir lo que te produce estar con ella.
Así fue como la conocí. Cuando su nombre salió de tus labios demasiado dulce y quise saber. A varios metros de altura, todo era blanco menos el cielo y el sol, aquel día, se negaba a salir.
Ahora estáis viviendo, tras un pasado, el presente con un futuro, tal vez incierto.
No queréis que nada acabe pero a veces es algo que resulta inevitable.

El tiempo pasa, las cosas cambian y en tu cabeza solo quedan puntos que no sabes si multiplicar o borrar para que solamente quede uno, para que todo termine. Te duele darte cuenta de todo el tiempo perdido, te duele que algo que se había convertido en tu mayor felicidad, ahora tenga que convertirse en una de tus mayores penas. Una de esas que arrastras, como cadenas, una de esas que duele como si fuera una herida honda y profunda, que escuece sin que el agua del mar haya acudido en su ayuda.
Con todo ese peso sobre los hombros y el corazón encogido entre tus dedos miras al cielo.
Quizás en él se encuentren todas las respuestas, pero ahora no ves nada. Lo ves todo negro.



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