jueves, 19 de enero de 2017

Pensamientos encadenados

Hace no mucho llegó a mis oídos eso de que el silencio creaba la locura.
Y quien me lo dijo tenía toda la razón.
El silencio puede ser la paz utópica de toda guerra, la calma detrás de cada tempestad estival o el descanso de cualquier situación extrema.
Pero a la vez,  puede tornarse en la peor de las pesadilla.

Llevo notando su presencia desde hace días.
Y si el silencio se une a la soledad, estás perdido.

No grites, no corras, no intentes escapar ni dejes atrás la inmensidad de tu cabeza. Únete a ella. No tendrás el valor de afrontarla.

Me ha pasado más veces eso de sentirme terriblemente sola en la más abundante de las compañías.
Y no sé, si soy yo la que no encaja en el mundo o, son los demás, los que no van conmigo, ni siguen mi ritmo. O no lo comparten.

No comparten.
Y es triste eso de no conformarse con nada.
De querer más y más, siempre para sentirse realizados
y no disfrutar del cómo y del con quién vienen las cosas.

Triste, que seamos tan dispares- hasta el punto de no querer entenderlo o aprovecharlo.

Mi cabeza está gris, y mi mundo patas arriba.
Vivo con miedo a descolgar el teléfono y descubrir de hay otra vida que se ha desvanecido de la mía.
Y con la certeza de no necesitar respuestas, si van a ser negativas.

Siempre me han dicho que me tomo las cosas demasiado a pecho, que espero mucho de la gente.
Pero,  ¿han probado a vivir intensamente? ¿a poner el práctica un 'carpe diem' a la medida de nuestras cabezas?
Es cierto. Vivo muy a pecho y quizá por eso las heridas duelan más.

Pero no sé como cambiarlo.
Ando buscando la fórmula exacta para todos mis males, algo de atención con una pizca de cariño y exento de todo drama.
Venga, por favor, que si estamos aquí ahora y hemos sido capaces de elevarnos contra todo pronóstico fue por que pudimos. No más quejas, ni lamentaciones.

Que fuimos capaces de montar nuestra torre en un minúsculo grano de arena, dentro de toda una playa.
Pero hoy no es mi día. Es uno de esos en los que el temporal barre las orillas.

Y las torres se tambalean.
Y hay miles de ellas a tu alrededor pero,
ninguna es la tuya.
Ninguna tiene tus vistas, ni va a estar siempre para ti.

Y en la fracción de segundo que se escapa el último rayo de sol por el horizonte, no sabes.
No sabes si saltar al vacío es un plan de huída,
o la única solución.




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