viernes, 13 de enero de 2017

Cuando los viernes dejaron de molar

Viernes.

Atípico, arrítmico, asténico, apático.

Viernes con A.

Viernes, y encima trece.
Aunque sea mi número de la suerte.

Y es inevitable que la superstición se cuele por las rendijas
de las ventanas.

''Ni te cases...

Y no. No voy a casarme, no ahora, al menos.
No, porque hoy en día la gente no lo haga, no por que hayamos aborrecido las tradiciones, ni porque no fuera un día estupendo para darse un si quiero de por vida sobre un altar vestida de blanco. Tampoco porque no me gusten los vals.
No porque odie enero.

...ni te embarques.''

Estoy a algo menos de una hora de mar del norte- del más cercano.
Casi las nueve y odio no ver el azul porque el brillo de la luna sea el protagonista.
No, porque es demasiado tarde.
Porque no conozco ningún puerto en el que queden barquitos de papel aptos para soñadores.
No me embarco porque desde el Titanic le tengo miedo a flotar las aguas, y sin embargo, vivo enamorada de sumergirme en ellas.
No, porque no extrañe, la sal en las heridas.

Tampoco es día de películas de terror- que tanto se han aprovechado del miedo humano.
Y cuánto las echo de menos.

Fuera amenaza con helar- dicen que el fin de semana carga con brisas del polo.
Fuera, quieren arremeter contra las ventanas, un tal tímido invierno que llega tarde,
como nosotros, cuando no nos viene bien la vida.

Y Fredi Leis eriza mi piel casi translúcida. Quiero pensar que el cantautor gallego quiere entenderme.

Y miles de letras ordenadas amenazan con escaparse de las sinapsis escasas de mis neuronas.
Y yo, de exámenes- de periodos malos, dentro de etapas maravillosas.

Viernes atemporal, cargado de una Locura transitoria de Extremoduro.

Pero viernes, al fin y al cabo.
Y yo que sigo siendo supersticiosa.






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