domingo, 11 de diciembre de 2016

Sin ella


Vivo nadando en un sinfín de contradicciones que me suponen las novedades.
Un mundo de suposiciones y exento de certezas. En el que una muestra de cariño es un visto de whatsapp con contestación, y un recuerdo es una captura de pantalla, que ninguna de las dos partes vivió en persona.

De nuevo domingo, y el sol compostelano se empeña en tatuarnos la piel.
Y desde mi ventana no puedo adivinar la vida.

Domingo de leer cartas para recuperar un romanticismo que considero perdido.
Cartas antiguas, recientes, de cariño, de nostalgia, de desesperación.
He leído una que en especial ha sacado a las lágrimas de paseo como a los perros.
Por lo que supone, por el vestigio de vida al que me agarré entonces, y que no se quedó conmigo.
Yo, escribiéndole hace casi un año, aún en enero, a alguien que se fue demasiado pronto, a uno de los que presume de alas por entre las nubes. Para luego no encontrar la manera de hacérsela llegar, para que las manchas de tinta se borraran con agua.

"Querido ángel, no sé si de la guarda, o de la juventud eterna,
hacía tiempo que no te escribía.
¿Cómo vas?
No pregunto qué tal llevas la sonrisa, porque sé que se hizo inmortal.

Hoy me ha dolido un poco el alma. Me la has arañado sin querer.
Dos 365. Dos, sin ti presente.
No te conocí más allá de las palabras de los que siguen sangrando tus heridas.
Espero que se te llene el alma con cada sonrisa de ella. Nunca has dejado de hacerlo.
Espero, que hayas aprendido a desplegar fuerte tus alas.

Sólo te pido que no te la lleves todavía. Tengo miedo. De no llegar a tiempo. De que sea demasiado tarde.
Dile a Dios que aún nos queda vida,  a ella y a mi, para compartirnos.
Que aunque no se lo diga, la quiero.
Y lo valoro lo suficiente por el hecho de que sé que está siempre, pero ¿y cuando me falte?

No te la lleves, por favor.

Carolina"

Pero el tiempo pasó y nos dejó su efecto devastador.
A mi sin ella,
sin respuestas a las incógnitas más grandes, sin despedidas merecidas.
Sin poder darle el último te quiero.
Con el único recuerdo de una cama de hospital y de una llamada, días antes diciendo que se había despertado.
Estúpida y caprichosa esperanza, que se empeña en hacernos creer cuando lo que nos ahoga es el tiempo.

Y no ha dejado de dolerme el alma.
Ni se ha evaporado el miedo.
Sólo que ahora, ese ángel destinatario tiene algo más de compañía.
Y ella nos abraza con la forma de las estrellas, brillantes y perfectas,
a años luz de un abrazo.

No hay comentarios: