jueves, 15 de diciembre de 2016

Ficciones perfectas

Tenía los ojos más bonitos de toda Malasaña.
Creo que fueron ellos los que me hicieron fijarme en un tipo cómo aquel.
A día de hoy, aún desconozco el color exacto de aquella mirada.
La recuerdo grises los días de lluvia  y frío, durante los noviembres y del verde más intenso que le faltaba a la capital cuando brillaba el sol en primavera.

Me gustaban nuestros encuentros fortuitos. Yo, pidiendo café para encontrarme con una mirada como la suya; yo, que no había probado aquel brebaje en mi vida.
Adoraba las noches de Café Libertad sin sabernos quien.

La primera vez que tropezé con aquella sonrisa supe que lo conocía, pero ¿de qué? Nunca hubiera olvidado una presencia como aquella.
Me encantaba su aroma cada vez que se paseaba nervioso de un lado a otro del café, creyendo que nada iba a salir bien. Y al mismo tiempo le restaba importancia con su sonrisa canalla.
Y su barba de tres días. Cielos, adoraba esa maldita barba.

Pero él desapareció con el tiempo. Y yo, dejé de frecuentar el mismo local cada diciembre.
Desapareció él...o fui yo, no lo recuerdo.

Puede que le de demasiadas vueltas a la cabeza, y con tal de no ahogarme use recuerdos como botes salvavidas. O que a veces exista en realidades paralelas.

Puede que aquellos ojos no fueran los más bonitos de toda Malasaña, pero si son los más bonitos con los que he tenido el placer de tropezarme.
Puede que no acostumbrase a pasar los diciembres en el café Libertad, que no pidiera nunca aquel estimulante para encontrarme con su mirada.

Puede que ese pasado, no fuera tan pasado cómo recuerdo, y que el presente tenga algo que ver en esto.

Y que él no esté tan lejos, ni hayamos desaparecido.
Puede, que no hable de Madrid.


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