miércoles, 21 de diciembre de 2016

Opcional

Tenemos dos opciones. Siempre hay al menos dos.
Jugar para ganas o para perder. Participar no es una de ellas, está implícito en el juego.
Dos opciones. Caernos y levantarnos; o seguir lamentándonos en el suelo.

Ver amanecer,o ver anochecer. La gente siempre prefiere la segunda, la fácil. Total, si vamos a estar despiertos ¿por qué no mirar al horizonte?
Pero luego, a la hora de la verdad, nunca lo hacemos. No vemos más allá de nuestras propias narices.

Tenemos la opción de reír o llorar. Aunque en esta ocasión yo siempre defendí el llorar riendo. En ese preciso momento en que las lágrimas desbordan tus ojos, simple habrá alguien que te exprima la última carcajada. Entonces te darás cuenta de que ese alguien merece la pena.

Tenemos la opción de tener muchos amigos! O de tener a los mejores: los que se pelean contigo más de lo que disfrutan, los que te echan de menos más de lo que los tienes delante. Sin embargo, sabes que al volver no se moverán de tu lado. Sabes que al volver, nada habrá cambiado.

Y en estas dicotomías es imposible no poner sobre la mesa el corazón. Podemos querer mucho, querer intenso, fuerte y apasionado. En mi caso, prefiero querer bien, querer queriendo.
Y todo porque sé que si quiero mucho el que termina sufriendo es mi corazón, por no recuperarse del exceso de cariño ni del síndrome de abstinencia de la pérdida; pero, si quiero bien, ese cariño me será devuelto de la mejor de las maneras: la desinteresada.

Tenemos la opción de playa o montaña, de frío o de calor, de invierno o de verano, de aire o de tierra.
Nuestra vida es un debate continuo entre dos opciones, aunque no queramos darnos cuenta. Pueden presentarse mil más, pueden fusionarse, moldearse pero, en nuestra cabeza siempre se terminarán imponiendo dos.

Dos, entre las que tendremos que elegir para que, al final, sólo quede una.
Dos, de las cuales, una no valdrá.

Y cuando elegimos, es porque estamos seguros. Porque la opción que se yergue ante nosotros es la adecuada.
Porque es la nuestra.

Eso lo aprendí de ti. Podemos maquillar el tú y el yo en un nosotros siempre que quieras. Pero las dos partes siempre estarán presentes.
O tú.
O yo.
Nunca nosotros.

Me dijiste muchas veces que no sabías, que cómo demonios hacía para elegir si salvarme de la quema y entregarme a ti o ser libre en soledad.
Es sencillo. Tienes que buscar una situación límite y enfrentar tus dos opciones.
Luego, asignadas a cada lado de una moneda,
Y tírala por los aires.
En la décima de segundo que quede suspendida, sé que cerraras los ojos.
Entonces. Desearas que la moneda caiga más por un lado que por el otro.
Ahí tienes la respuesta.

Yo hace tiempo que tiré la nuestra.
Y salió cruz.
Cruz, que eras tú.




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