miércoles, 21 de septiembre de 2016

Como fin último

Quizá haya llegado la hora de dejar de creer (de crecer).
Creer en las hadas, en los cuentos, en que las historias bonitas no terminan nunca.
Estamos en ese momento de nuestra vida efímera.
La era del escepticismo.
En 'el momento'.
Por definición: el momento es aquel en el que cada cual puede con todo. Actúa como una apisonadora humana y todo lo que sucede es bienvenido, sea bueno, malo o peor.
Estamos en ese momento de descubierta de los sentimientos fuertes.
Ese en que, si el amor llega, puede volverse infinito;
y si lo hace el odio, es irrevocable y devastador.

La era de los para siempre que se acaban,
la de los rotos sin descosidos- arrancados de cuajo,
la era de 'se ha terminado la espera'.

Ya nadie espera por nada,
ni por nadie.

Cada día que acaba se corona con un final, y un punto.
Cada día hay más ocasos prematuros.
Y las historias no se viven,
y los momentos pueden contarse con los dedos de una mano,
y la vida pasa, y pesa-.
Cada día los recuerdos importan menos, y el carpe diem desenfadado se lleva atado al cuello.
Un cuello que se cree libre, importante- un cuello en el que se puede dibujar un mapamundi a nuestro antojo que por mucho que queramos, no seremos capaces de completar.

Y mientras todo esto pasa, fuera, ellos han dejado de sonreírle a la felicidad.

Brangelina


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