miércoles, 7 de septiembre de 2016

Carrera de la vida

Tener miedo.

Me confieso presa del miedo.
Miedo a que dejes de ser.
A desaparecer.
Tengo miedo a los cambios,
a la incertidumbre de qué me deparará
el futuro no tan lejano.

Miedo de mi, de mis decisiones.
Miedo de equivocarme,
de no hacer lo correcto.
De pensar mal, y acertar.
Miedo de pasarlo bien.

Tengo miedo de mi cabeza,
de mis recuerdos.
Es absurdo, pero le tengo
miedo al propio miedo.

Miedo de no volver a escuchar esa canción, a que se acabe el mundo demasiado pronto y no me pille bailando. Miedo a que mi mundo se desmorone antes de lo previsto. Miedo a enamorarme, a querer con ganas, a decir adiós.
Temo las despedidas. A no encontrarme en los ojos de que quien me mira.
Tengo miedo a sentirme bien, y mal.
Me da miedo sentir.
Tengo miedo al naranja intenso de los atardeceres. Porque eso significa que otro día se acaba.

Un día menos. Que en algunas vidas puede suponer una alegría, incluso un alivio. Pero en otras, una opresión en el pecho, una oportunidad menos, un paso más en una estúpida cuenta atrás.

Tengo miedo a descolgar el teléfono, llamarte y que no sea tu voz la que oigo al otro lado del auricular, a miles de kilómetros de mi estúpida sonrisa.
Tengo miedo a no arriesgar. A no decir te quiero en el momento indicado.
Y a que al decirlo, suene tan mal que sólo salga un adiós de tus labios.
Tengo miedo a echar de menos. A extrañar. A no saber dejar la mente en blanco.
Miedo a, si desapareces, no hacerlo contigo.

Pero he aprendido algo. Los miedos están para eso. Para superarlos.
Al fin y al cabo la vida es una carrera llena de miedos, que se yerguen como mismísimas barreras de  una carrera de obstáculos.
Y ahí estás tú, como siempre.
Esperas en la grada, animándome, a que empiece la carrera. Teniendo la certeza de que vaya a ganarla, sin que yo me lo crea.
Tres, dos, uno. Ya.

A ganarle la batalla al miedo.


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