lunes, 1 de octubre de 2012

No por imposible cobra más valor, ni por improvable tiene más sentido

A menudo descubrimos que las personas somos unos seres bastante ambiciosos e ignorantes. Lo queremos todo para nosotros y solemos decidir el momento y el lugar. Nunca ponemos argumentos, siempre faltan motivos, aunque poco importan si realmente conseguimos aquello que más anhelamos. Un recuerdo vago y efímero vale para sostener un sentimiento absurdo, insustancial.
Solemos cometer el error de buscar la belleza en lo imposible, y es el hecho de ser inalcanzable lo que lo hace más apetecible, lo que hace que nos encaprichemos.
Normalmente estamos lo bastante ciegos como para no darnos cuenta de que lo que más reluce lo tenemos delante, de que cuando se va el sol él es el primero que desaparece en la sombra, dejando paso a una belleza mayor, una belleza que nos obsesiona. Aquello que se oculta, por otro lado, intenta no destacar, y si lo hace, es siempre desde el silencio, la sencillez, la personalidad y el recuerdo de días demasiado maravillosos.
Lo escondido intenta ganarse tu amistad, conseguir ser imprescindible para ti, conocerte hasta tal punto de saber mejor quién eres tú, que tú mismo...y en ocasiones, eso nos asusta tanto que solo tenemos la capacidad de alejarlos de nuestras vidas, cuando en realidad esas son las personas más importantes, las más bellas. Pueden ser invisibles a tus ojos como algo más pero son bellas y únicas simplemente por lo que son.
Abriendo los ojos...abriéndolos finalmente conseguimos ver que aquello imposible es demasiado codiciado y que tú te mereces algo más que una simple vista panorámica y un burdo recuerdo.

+Has tardado en darte cuenta.
-Me dijeron que buscase en París...
+¿Y qué haces aquí entonces?
-Me di cuenta de cuanto necesitaba este lugar, me di cuenta de que tu estabas a mi lado y eso es lo único que puede importarme.
+¿No más París?
-No...Tengo un plan mejor.

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