sábado, 21 de mayo de 2016

Tatuado

Tenía el mundo tatuado en la piel.
Como si la tinta grabada le recordarse de donde venía, y que camino tenía que seguir.

Lo tenía tatuado en un rincón al que solo los sueños eran capaces de llegar.

Los sueños, y yo.
Hace unos días que me dejó descubrirlo.
Éramos los privilegiados que tenían conciencia de su locura imborrable.

Algunos decían que ella era la de las mariposas. Que la cabeza se le iba más de la cuenta, y que las risas estaban aseguradas, si eran a su lado.

Pero yo sabía que ella era la única que veía la parte perra de la vida. Que se había hecho a base de rotos y descosidos, y que el color intenso de su mirada, contrastaba a la perfección con su forma de guipar al cielo, en blanco y negro.

Decía que sabía apreciar la belleza monocromada, que así, se disfrutaba más el tiempo.
Cómo si difrutar el tiempo no fuese un misterio en si mismo.

Pero, para mi. El mayor misterio era ella.

Lo sigue siendo.
Ella y su curioso tatuaje. Que algunas mañanas te parece mar, otras, tormentas.
Pero cuando llega la noche, y la luna no sale, se convierte en la más absoluta de las tristezas.

En unas letras que no servirían para instrucciones, unas palabras que se clavan hondo y unos besos.
Unos besos que me los quedo para cuando ella ya no esté.
Para seguir recordándola tal y como la contemplo.

En camiseta, sin nada más. A lomos de la primavera. Y con el tatuaje asomando por el lateral de una de sus costillas.

El pelo le cae sobre los hombros.
Dice que lo tiene demasiado largo, pero a mi me gusta de todas las maneras.
Y trasteando en el cajón de la mesa, junto a la ventana.

El día gris, igual que el humo del incienso que descansa junto a la puerta.
Y yo, intentando dar a cada segundo, con el misterio que encierra.


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