Tu beso en la frente me hizo perder el equilibrio.
El último del año;
y otro, sin esconder el daño.
Pero allí estabas-una vez más- para sostenerme los miedos.
No me acostumbro a volver a casa (y a verte) y que los cimientos de mi mundo se orienten hacia tu norte cada diciembre.
Si hablamos de besos, podría pasarme las ultimas veinticuatro horas que nos restan debatiéndome entre la ficción y la realidad.
Entre todos los que te faltaron, aquellos que yo necesitaba y los que en realidad imprimiste sobre los milímetros de mi piel llenaríamos al menos un par de cuadernos.
Estamos hablando del beso-imán en el que te recreas, a sabiendas de que mi corazón sigue gritando tu nombre.
Y de tus abrazos con falsas promesas de extrañar profundo.
Lástima no ser más que dos tontos a los que jugar al despiste se les viene grande.
Dos idiotas dispuestos a superar su tontería, a seguir persiguiendo unos sueños sin ánimo de llegar a meta alguna y con ganas de tropezar de nuevo en la misma piedra.
Al menos, las miradas y las risas siguen llenando el vacío con sabor a volver a vernos.
-a C.
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