lunes, 27 de enero de 2020

Nosotros desbaratado.

Podríamos echarle la culpa al tiempo: de pasar y no quedarse, de fluir lento.
Al reloj que marcaba la hora que nos hizo coincidir.
Podríamos culpar a las vidas que nos quisieron por empujarnos a girar en la misma órbita.
O a los años que perdimos tratando de encontrar un camino recto que llevara al otro, aún sin saberlo.
Podríamos echarle la culpa al demonio que, sabiendo que ambos amábamos el fuego, quiso tirar de mecha y cerilla para encender esta historia.
Podríamos pasar eones tratando de lanzar la culpa al tejado de nadie.

Y todo sería inútil.

Porque terminaríamos por darnos cuenta de que la única culpa que existe es la nuestra cuando decidimos que juntos sonaba mucho mejor que separados.
Cuando confesamos que la risa nos ganaba todas las partidas y ambos decoramos el infortunio con carcajadas.
Que nos decantamos por el mismo bar, y la misma bebida, que hasta los amigos tenían que ver y la noche se quedó perfecta.
La culpa de querer bailar lento, como lo hacían antes fue solo nuestra.
Y las madrugadas, y el quererse menos que nos hizo amarnos de más.
Si tengo que culpar a algo fue al bendito nosotros que salió por la puerta de aquel garito para no regresar entero.
Un nosotros que huyó a plantarle cara a la luna y se dio de bruces con una realidad truncada.



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