viernes, 21 de julio de 2017

Lobo de mar

Él cree en el destino.
Aún así, no es una persona idealista. Sabe hasta dónde puede llegar, cuáles son sus metas y los pasos para cumplirlas.

Y sin embargo, cree en el destino.
Me pregunto qué tipo de hada negra le encandiló en el pasado para hacerlo creer en algo cuando ni siquiera era capaz de creer en si mismo.

Se había ido abandonando con el tiempo.
Las ganas, raídas, se empeñaban en no dejarle desnudo.
El exceso de vello que poblaba sus facciones ya no dejaba admirar la perfecta proporción que escondía su rostro.
Algunos dicen que fue un lobo de mar en el pasado, que su barca había sido hallada a la deriva y los últimos restos de su vida se habían quedado encallados sobre las rocas.

Hasta aquella noche de luna llena,
en la que amaneció llamando al destino, posado en tinta sobre sus labios, y con un tímido brillo, casi imperceptible en la mirada.

Había vuelto a creer.
Hasta hoy, que se ha encontrado de bruces con la vida.
Una vida que lleva mi nombre, y todas las puestas de sol que nos hemos compartido.
Ha vuelto a confiar en el mar.
Sus facciones vuelven a ser perfectas y visibles y guardo sus besos sobre la línea que une sus dedos con los míos.
Desde aquella playa sabemos vivir separados pero nos hacemos falta para sobrevivir.

Nadie sabe quién era la misteriosa joven que descendió la colina hasta hundir los pies en la arena.

Nadie conoce mi nombre, sólo él.

Y mi incógnita seguirá siendo suya hasta que el destino- con tinta o sin ella- borre nuestras huellas del camino bajo su costado.

Mientras tanto, somos. Estamos. Y parece que empezamos a volar.
Dicen que mañana vuelve la luna llena, y que las grandes cosas están bañadas por ella.

Como el recorte de su silueta, cuando cree que soy yo la única que lo mira. Y confieso que podría seguir así todas las vidas que me quedaran.



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