martes, 21 de febrero de 2017

A orillas del Vístula

Ciudad de reinas y reyes que vestían sus mejores galas en otro tiempo.
Calles inmensas- casi germánicas- entretenidas con vidas estáticas a pesar del frío.
Dialecto incomprensible, capaz de provocar un esguince en la sinhueso de cualquiera de nosotros.

Ciudad bonita,
de ojos tristes, que se empeña en mirar al presente para no quedarse atrás.

Ciudad helada, aunque la nieve haya ido desapareciendo con los primeros rayos del sol.
Uno de los lugares más maravillosos con los que me he encontrado, y no por casualidad, que refleja tanto la clara, como la cara oscura de la misma luna que nos brilla por el sur, pero en menos tiempo.

Tres días que se han hecho horas, que no ha dado tiempo a muchas cosas, pero el tiempo ha sido el justo para poder empaparme de ella, disfrutarla y desear volver cuanto antes.

Como siempre la compañía tiene un porcentaje alto de culpa del retorno a sitios mágicos- y he de decir, que sin lugar a duda, la compañía debería ser de la que entra en mi vida para no salir.

Ciudad sin estrés, con leyendas, con magia y trucos que me habría gustado disfrutar en pleno apogeo
- siglos atrás- y sentirme princesa entre tanto castillo.

Suelos que contaban cuentos, que callaban penas y secretos.

Aromas a cerilla y dulce.
No me preguntéis, a eso olía Cracovia.

De la polución de la que tanto me hablaban, solo vi una nube quejumbrosa que sobrevolaba la ciudad, y muchos habitantes que corrían sigilosos en la penumbra jugando a ser Hannibal Lecter.

Que es maravillosa, eso seguro.
Que si volveré, aún más.










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