Me abandonó el otoño.
Y llegó el invierno a golpes de bruma cuando Tontxu me susurraba el 'que fue aquello' al oído.
Y me recordó que nos volveríamos a ver si ambos lo deseábamos muy fuerte, muy lento. Que los silencios entre nosotros siempre tuvieron sentido.
Y que dentro, me ha crecido un miedo inmenso a que me vuelvas los ojos cuando nos volvamos a encontrar.
Me recordó que los azules no sólo eran del cielo y que los pasados no son más que cimientos de un futuro incierto.
Realmente necesitábamos este cambio, cambio que para bien o para mal nos convirtió en distintos.
Ella ya nunca me llama los jueves por la tarde. No queda nada de las horas colgadas al auricular de teléfono. Hemos crecido y ya tenemos cosas más importantes que hacer.
Los del parque dejaron de responder a mis mensajes.
Pero he ganado.
Ganado en años, en experiencia. He ganado caras que le vi a la luna cada noche que la oí llorar.
He ganado visas nuevas de madrugada, risas sin sentido y compañía.
He sumado nostalgia a los años, con los dedos de las manos, con las teclas del piano.
Y no dejan de ser cambios, que no requieren explicaciones, personas que un día te dieron tanto y te regalaron sentido y lucidez, y que hoy, viven.
Viven paralelamente a ti, sin juntar un camino que te empeñas en continuar.
Y que puede que solo sientas que has cambiado tú. O que realmente haya cambiado el mundo bajo tus pies y tú...tú sigas dando los mismos pasos al levantarte a las seis.
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