domingo, 6 de mayo de 2018

"Perdón por los bailes"

Amanda sobrevivía con miles de kilometros de por medio, dos mitades de un corazón y muchas dudas.

Disfrutaba de su nueva vida lejos de casa pero cada tarde se pegaba al teléfono verde a la misma hora esperando escuchar la voz de Jorge desde su Madrid.

Fue la misma rutina hasta el día sesenta y tres.

La tarde del día sesenta y tres la voz de Pablo Milanés le arañaba las entrañas, y sobre la mesita que había junto al teléfono encontró un trozo de papel doblado en seis.

Cuéntale que te perdiste entre la gente cuando llegaste al Malecón y yo tuve la suerte en tropezarme con tu mirada.
Que olía demasiado a mar
y eso te arrastraba al pasado.
Cuéntale lo feliz que fuiste aquellos veinticuatro primeros días del verano.
 
Y cómo reflejabas las sonrisas sobre cada luna delantera de los almendrones. 
Cuéntale que perdiste el pañuelo amarillo que te regaló y el miedo a la oscuridad.
Debieron de ir en la misma dirección porque
me dijiste que después de eso sólo eres capaz de ver estrellas en el cielo, aún con el sol bien alto.
Dile que ya no echas de menos el frío,
y que has aprendido a bailar el danzón de la mano de un tal Pablo.
Que tiene unas manos que no cambiarías ni por todos los pesos del planeta.
 
Y que ya te gusta la piña, colada y con absorbente.
Que ahora eres más de ordenar los vinilos de boleros antiguos en la tienda de la esquina.
Que lo de ordenar tu vida pasó a ser una asignatura pendiente en la suya.
Cuéntale lo bien que se está en La Habana.
 
Cuando llame, si es que vuelve a hacerlo, dile lo que has descubierto.
Dile que el secreto de la vida reside en que lo difícil es soñar bonito.
Y lo fácil, conseguirlo.
Te espero para cenar,
te quiere
 
Pablo
Desde el día sesenta y cuatro Amanda ya no recuerda a Jorge.
Baila todas las tardes pisándole los pies  a Pablo para que no se olvide de ella. Se dejó de mitades de corazón y le dio los restos al joven de la sonrisa perfecta.
Ha decidido quedarse a vivir en sus caricias.
Se niega a olvidar todas las alegrías que le hizo vivir desde el día en que la enseñó a bailar.
Desde el día en que le susurró al oído los secretos de la felicidad compartida.





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