En el preciso momento en el que has cuidado de alguien y lo has escondido de lo malo del mundo para que crezca feliz y completo, estás atado a esa persona.
La cosa se agrava cuando lo has visto crecer.
Has intentado enseñarle, a pesar de los errores, lo que entendías como moral.
Le has enseñado a querer, a caer con estilo y a equivocarse.
Le has enseñado que puede que las risas no curen las heridas pero si cicatrizan el alma
lenta y paulatinamente.
Y así, como todo lo que parte de ti y sientes de verdad.
Por esta razón es muy difícil deshacer los nudos que te amarran a esa persona.
Es vertiginoso:
pensar que tu comodidad idílica pueda desvanecerse.
Pero es del ser humano lo de preocuparse,
y resulta indispensable que la otra persona pueda izar el vuelo por si misma.
Ahora entiendo a mi madre. Todas las veces que ha venido detrás, y las que se ha puesto delante.
Cada noche sin dormir esperando el último mensaje,
el cambio y corto de las despedidas; ese
"Mamá, estoy en casa. Buenas noches" Adornado con algún que otro beso virtual.
Cada noche a la espera de venir a buscar a esa parte de la que se niega a desprenderse.
Cada agarrada de corazón con la falta de noticias.
Puede que sólo sea signo de que el tiempo pasa,
y yo con él.
A mi, personalmente, me gusta llamarlo experiencia.
El momento en que tienes que "dejar ir" para que vuelva.
La persona de la que hablo, la que forma parte de mi vida, y tiene una parte no despreciable de mi corazón es mi hermano.
Ha surcado por primera vez un cielo nítido a solas.
Ha querido correr por entre las nubes sin ayuda y lo ha conseguido.
Hoy desaté un par de nudos de esa cuerda cuando descolgué el teléfono para desearle buen viaje y aún así no pude evitar preocuparme.
Supongo que son las cosas del querer.
Como siempre nos han dicho papá y mamá:
Que disfrutes y tengas cuidado.
Hermano tras volar conmigo
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