jueves, 22 de junio de 2017

730 días

Si no te conociera diría que me echas de menos, que me has echado de menos todo este tiempo y que nuestros días separados no han sido más que un error de cálculo.
Si no te conociera diría que sigues teniendo ese orgullo intratable a modo de excusa. Que las cosas se ven más bonitas desde el recuerdo, que para qué vas a mancharnos las manos de tinta y cariño en algo inútil.

Se nos olvidó que los rotos podían coserse. Y siguen justo cómo y dónde los dejamos: rotos en el fondo del corazón.
Si no te conociera me atrevería a decir que las personas pueden cambiar si se lo proponen, que sin mí has sido feliz, que te has convertido en quién eres ahora a base de sudor y lágrimas, que no eras tan fuerte antes o te gustaba dejar de serlo sólo si yo rondaba cerca.

Creo que algo más de setecientos días se ciernen sobre nosotros jugando al despiste como una maldita pesadilla. Una pesadilla de la que siempre despiertas pero que te espera cada noche cuando vuelves a cerrar los ojos.

Estás detrás de todas las cartas que escribo desde que (me) faltas. Los aviones y las canciones me regresan tu recuerdo, y mira que he intentado eso de vivir en el olvido. Pero no puedo. O no sé, ni quiero saber cómo demonios se consigue.

Si no te conociera pensaría que te alegras de verme cada nochevieja, que tus 'me gusta' son para recordarme que estás.
Pensaría que quieres hacerme responsable de los daños colaterales y que me invada la culpa por marcar con un adiós las páginas de un libro que no terminaba de creerme.

Te he querido con todos los rincones de mi ser. Lo mejor de mi inexperta experiencia y todo lo que me dejaste.
Pero también confieso que te he llorado mucho y mal. Y me he quedado estancada en cada uno de los abrazos que ya no me pertenecen.

Puede que ese haya sido mi error: creer que te conocía.
Presumir de que no le tenía miedo a nada y de mi seguridad hacia las despedidas.
Cuando quieres a alguien, por mucho que las anteriores sean necesarias, tratas de lanzarlas lo más lejos posible. Eliminar de tu cabeza todo pensamiento que se corone bajo la palabra fin y vivir tu vida exprimiéndola al máximo.
Pero ahora puedo decir que sigo muerta de miedo.

Mi error también fue pensar que solo me duelo yo y hacer de un recuerdo mi único mundo.

Es cierto que siempre hay segundas oportunidades.
Y que pertenecemos a un grupo heterogéneo de individuos del que sobresalen dos tipos de personas.
Las que se enamoran en silencio, mientras la vida les pasa. Y como buenos secuestradores de palabras, arrastran el dolor consigo, siempre.

Y las que se enamoran a gritos, y corren y no se rinden y crean las oportunidades que les hacen falta para ser felices.
El mundo pertenece a las segundas.
Y las palabras hace tiempo que no salen realmente de mis labios.



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