martes, 21 de junio de 2016

'I love London - Crystal Fighters'

Y pararte a mirar en una línea de metro las vidas que confluyen en la siguiente parada.
E imaginarte todos los que compartirán contigo la vista hacia un mapa, una puerta de salida- o de entrada.
Pensar en cuantas personas a lo largo de 24h pueden sentarse en el mismo sitio en el que ibas de madrugada. El mismo sitio, pero a distinto tiempo- a des(tiempo).

Intentar adivinar el ritmo de la vida.
Y querer visualizarla a cámara lenta.
Sin siguientes paradas, sin claustrofobia, sin prisas, sin botones, sin mapas por puntos, sin controles.
Querer perderte, para encontrarte.

¿Cómo puedes sentirte sola en una ciudad con ocho millones y pico de habitantes?
¿Cómo te sientes cuando experimentas esas sensaciones?
Vacía. Fuera de lugar. Mucho más lejos de las fronteras de lo desconocido.
'Es como estar en un universo paralelo'
Al menos yo.
Lo he experimentado.
Es una soledad distinta.
Caminas junto a millones de pies y sientes que no notan tu presencia. Que puedes plantearte hacer el ridículo más espantoso porque no te mirarán. Ni una sola vez.

La capital londinense no deja de sorprenderme cada vez que vuelvo a pisarla.
Han sido cuatro días de viaje frenético. En los que el tiempo ha pasado lento y rápido.
Cuatro días que han dado  para mucho, pero me quedo con el recuerdo de un atardecer de sábado, un 18 de junio. Y lo guardo como una de las experiencias más maravillosas que he tenido el placer de compartir: Verlos a ellos.
Chris Martin y sus chicos. Coldplay.
Se hicieron esperar, pero mereció la pena cada segundo, cada minuto y cada hora por ver lo que presencié. Por vivir lo que viví, y de la manera en que lo hice.
No puedo hacerles justicia con mis palabras aunque lo intente.
Fueron dos horas de acorde tras acorde. Una melodía llevaba a otra hasta que conseguimos unirnos cerca de cien mil voces, y sus luces para acompañarlos.

Entonces Chris nos regaló su risa. Fue la más sincera de todas.

Como todo lo bueno, el concierto llegó a su fin. Y con él, llegaba la separación de miles de vidas compartidas en ese instante. Muchos hablarían de aquel concierto en días venideros. Y de todos los demás.
Otros se quedarían con la energía que transmitieron.
Pero yo me quedo con la magia. Magia fue lo que descubrí aquella tarde-noche en Wembley.
Me quedo con ella y la sensación de felicidad en la que flotaba cuando salí.

De Londres he regresado con el corazón dividido.
Me gustan sus aires de grandeza, su gente, su eterna manía de ir en contra del mundo (al contrario de todos), me gustan los músicos del metro, la guardia real,  me encanta Candem, y adoraría cruzar ese andén nueve y tres cuarto desde King Cross cada septiembre. Adoro saber que realmente no puedo perderme aunque quiera.

Pero odio sus prisas. Prisas por llegar, por terminar, por comer. Prisas por vivir. Pienso que las prisas arrastran los pies, te comen el día y no te dejan tiempo para disfrutar de las pequeñas cosas.





(Coldplay en Wembley, 18 de junio)


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