lunes, 8 de septiembre de 2014

El hogar está donde está el corazón

Eran libres, eran jóvenes y estaban vivos.
Infinidad de velas alumbraban una de aquellas noches de verano en las que oscurecía un poquito antes.
Caminaban por la playa cogidos de la mano, esperando que un milagro impidiera aquel final.
Los finales dolían tanto. Dejaban un inmenso vacío en los corazones de los vivos y algo de sueños dormidos en las mentes de ninguna parte.
La música los hacía bailar lento, a todos ellos y, alejándose como las estrellas, terminaron por mojarse los pies para luego hundirlos en la arena.
Una nueva rutina se les anudaba a la cintura como una férrea cadena, impidiéndoles disfrutar de lo bueno de días atrás. 
Un último abrazo rompió todos los esquemas.
Estaban acostumbrados a lo bueno, a lo bonito y a la vida y tocaba seguir viviendo, pero esta  vez, con kilómetros de por medio.
Las primeras luces del alba salieron a despuntar a eso de las siete de la mañana. Ellos siguieron bailando sin notar el frío matutino de septiembre.
Las zapatillas se quedaron descansando en la arena, preparadas para cuando decidieran volver.
Preparadas para el próximo verano.


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