martes, 16 de septiembre de 2014

Dame un motivo y te diré por qué


Cómplices.
Adoro esa palabra. Nos define.
Intento adivinar cómo en esas ocho letras perfectamente ordenadas podemos caber nosotros.
"Somos dos, ¿para qué queremos más?" La música sigue sonando alta. Pereza. Nos miramos a los ojos y sonreímos. Nos gusta vivir.
¿Cuándo empieza realmente la complicidad entre dos personas?
Entre nosotros dos no sabría decirlo. Quizá fue el instante en que nos conocimos, o cuando me diste mi primer abrazo después de horas y horas hablando, cuando ya podíamos llamarnos amigos, a lo mejor fue tras esas primeras y sonoras risas, o con todos los bailes en compañía de la luna.
El caso es que sé que te quiero, y no duele querer. Nada.
Lo pasamos tan bien juntos que he llegado a pensar que esto de la complicidad es jodidamente perfecto. No terminamos de depender el uno del otro pero si nos importamos mutuamente.
Pienso más, intentando adivinar el momento.
Ahora caigo.
Aquel momento ha sido nuestro último abrazo, el beso de despedida. En ese momento hemos pasado a depender el uno del otro, a ser cómplices por completo.
Y como ya he dicho, me encanta, me encantas.

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