Hay distintos umbrales del dolor, primero está el físico, el
que se ve, el que uno usa cuando siente
que no puede con el dolor que lleva dentro, la autolesión. Duele, si. Pero
sirve para despejar la mente, para concienciarse y dejar de ser fuerte en una
milésima de segundo. Al autolesionarse uno se hace débil, es más pasa a mostrar su debilidad. Otro dolor, es el dolor
de cabeza que se pronuncia como demasiadas cosas en que pensar. Ese que hace
que tus recuerdos se entrecrucen y ya no sepas si lo que pasó fue de verdad o
producto de tu imaginación. El dolor de cabeza puede nublar tus sentidos y no
es recomendable en ningún caso. Hace que disminuya la atención y que embote el
cariño. El dolor de corazón es otra historia. Dicen que el dolor en si es una
sensación. Cuando llega al corazón supone el malestar de la persona en sí y
puede llegar a la pérdida de su uso de razón o incluso de sus ganas de vivir.
Te duele el corazón cuando vives una baja, la baja de una vida, de ese alguien
importante que de ser tu todo pasó a ser tu nada. Ese dolor se siente cuando el
olvido se hace paso entre tus recuerdos, los invade, y te obliga a empezar de
nuevo. Es un dolor intenso, apesadumbrado, es un dolor despiadado e impermeable
que lo cubre todo, y una vez insertado en tu interior ya no hay vuelta atrás.
Por eso el dolor de corazón es tan especialmente jodido. Supone una espina
clavada en ti, un regalo menos que hacer en las fiestas, una llanto más que
derramar cuando decides que falta. Este dolor que vuelve todo negro es el final
de un precipicio al que sabes que estas destinado. Y que mientras caes te
niegas a aceptarlo.
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