sábado, 7 de julio de 2018

Mientras maduro me quedaré a vivir en una canción de Frank Sinatra

Hace tiempo que dejé de intentar rozar la perfección.
Me sumergí en la marabunta y cerré los ojos bien fuerte.
Hace tiempo, también, que decidí aplicar mis propios consejos.
Esos que te obligaban a continuar tu camino disfrutándolo, parando a mirar cuando el sol se desvestía de nubes, jugando a ser mi mejor heroína, una que ni colocara ni fuera guardiana de la justicia.
Hace un tiempo me dije aquello del ya llegará.

Y no ha sido hasta hoy cuando he comprendido que los futuros simples no terminan nunca en presente.

No me entienden ¿verdad?
Ni una palabra.
Si, yo tampoco suelo levantar la mano cuando los interrogantes me persiguen, me quedo callada e intento terminar un rompecabezas de 1000 piezas con 999.

Nunca he encontrado la última. Y da la casualidad de que el hueco siempre se queda en el margen superior izquierdo.

Para ser sincera, hablemos en porcentajes, el 90% de los pensamientos pasan por mi cabeza para terminar en el departamento de defectuosos.
No los proceso. Los dispenso así, incompletos. Me encanta profundizar pero no soy capaz de terminar esos dichosos pensamientos.
Tengo miedo de encariñarme de ellos y que decidan marcharse por su propio pie.

Es una soberana  tontería, lo sé.
Tampoco es un secreto que la tonta sea yo.

Y todo esto venía por el  molesto
ya llegará.

Llevo mucho mucho tiempo agarrándome a esas nueve letras con uñas y dientes, con días del calendario, con subrayados amarillo, con todos los viernes y trece- olvidando que abogaban a la mala suerte.

Pero no sabía el que quería que llegara.
Estaba convencida de que mi mayor deseo bajaría del cielo a modo de solución vital porque me lo merecía. 
¿Merecer?

Me he dado cuenta de que no buscaba nada. No deseaba nada. Todo lo que alguna vez ha pisado el acelerador de mis latidos ha pasado tan rápido como vino. Todo aquello con lo que he soñado no ha salido de mi cabeza.
Y no estoy en disposición de merecer nada si me quedo sentada mirando al infinito a la espera de que baje la sonrisa perfecta a darme la enhorabuena. No, si no termino de levantar mi mano sacudiendo de mis hombros la endemoniada vergüenza.

Creo que ha llegado la hora de poner en práctica de una vez por todas las gotas de lluvia que han ido calando en mí desde aquella niña curiosa y marisabidilla que fui.
¡Cómo he extrañado a esa niña estos últimos tiempos!
El querer abarcar mundo me abrasa la cabeza y juega a la ruleta rusa con mi corazón.
Cada mañana, al abrir los ojos intento encargarme única y exclusivamente de mi papel en esta función. Pero siempre me han ido las emociones fuertes y al final del día acabo siendo director, batería y hasta técnico de luces que cuando las apaga, cierra las puertas de un gran teatro con la llave maestra.

Me he propuesto de una vez por todas disfrutar el camino. Pararme a descansar todas las veces que lo necesite y coger carrerilla otras tantas. A los que corren conmigo no tengo que decirles nada. Las gracias se las colgué en la línea de salida y los abrazos los repartiré en la meta.
Solo espero poder ver que el esfuerzo se transforma en frutos y los árboles rebosan metáforas.

Espero poder darme cuenta de que los consejos solo sirven si se aplican y que las ganas, por más que se extingan como el humo de un vil cigarrillo, siempre tienden a invadirlo todo.


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