miércoles, 25 de julio de 2018

Porque una vez me dijiste que volver es otra forma de estar aquí para siempre

Las cajas reflejaron a la perfección tu estado de ánimo. Se me olvidó decirte que las llevases del revés, a ver si asi, la sonrisa trepaba hasta tus ojos.

Sin embargo, tus ojos no quisieron revelarme nada.
Caminabas impasible por la acera del calor, inmerso en tu propio universo, jugando a ser planeta perfecto y dejándome a merced de los abrazos como un cinturón de asteroides.
No era la primera vez que me costaba entrar en tu órbita.

Luego frenaste en seco, apoyaste las cajas con toda tu vida a cuestas sobre el suelo y me preguntaste si dolía.
Querías saber si estaba a gusto y cómoda siendo cinturón de asteroides.

Y yo no quise hacerte daño. Por eso callé.

Hace tiempo que dejé de ser asteroide y comencé a meteorizar. Hace tiempo que me convertí en estrella a mi manera, en otro cielo, a cientos de años luz de tu galaxia. Hace años que mis mareas son prisioneras de otra luna.
Una luna muy distinta a la que nos descubrió bailando.

Porque si.
Si que dolía, y no me sentaban bien los abrazos vacíos. No me llegaba la sangre al corazón y mis ideas estaban empezando a congelarse.

Las cajas confesaron todo lo que yo necesitaba saber.
Eran las mejores sonrisas que había visto en años, el problema fue que descansaban boca abajo y a mi se me antojaban demasiado tristes.

Quiero que me enseñes a poner caras en blanco, caras de cera, de trapo, de marioneta.
Enséñame a qué sabe la libertad.

Llévame lejos,
y enséñame a trazar todos tus mapas sobre servilletas. Conservo todos tus trazos desde los 2000. Desde que tuve uso de razón y capacidad de guardar. Diógenes a mi lado se quedó demasiado pequeño.

Quiero volver al momento de antes.
Quiero quedarme en el medio, entre el primer y último beso del mejor día de nuestras vidas.

¿Sabes de que día te hablo verdad?

Vestido verde, poniente y un sol demasiado alto para estar terminando agosto.
Siempre me dijiste que el sol termina haciendo lo que quiere, como yo. Y quiero que te quedes, y volver a unir los puntos de tu espalda, los que pintaban las alas de mi mariposa favorita.
Quiero que finalices algo, que la tinta te cubra los huesos y se te quede impreso todo el dolor que alguna vez pudimos hacernos.
Nos sirve como juez y testigo de que todo lo que pueda salir mal, lo hará.
Que nos lloverá cientos de veces sobre la cabeza, que los huracanes lo primero que arrasan es el corazón, pero si te metes en su centro quedas siempre protegido.
Quiero volver a los helados de yogur, al naranja-atardecer y al rosa de poner las calles. Quiero seguir estando despierta cuando todo el mundo sueña, para no caer en la tentación.
Quiero que me llames porque te apetezca, y que los días cuenten, que cuenten cuentos e historias y miles de recuerdos, que cuenten más sobre aquellos que los cuentan menos.
Quiero que vuelvas a ser tú porque no reconozco tu mirada en el soslayo que me imprimes.
Quiero que vengas como antes, que me abraces por la espalda y sentirme destino.
Quiero aprender a llegar sola pero que te queden cinco minutos más para reír conmigo.

Que sé que me perdí cientos de veces y que vi el letrero de salida de emergencia.
Si supieras que siempre pasé de largo pensarías de otra manera, si adivinaras que me sumí en la oscuridad y cuando tuve miedo solo hicieron falta un par de cerillas, volverías a mi en lo que tardo en parpadear.
La primera cerilla era para apagarla. Como aviso de lo que se venía, como señal fugaz.
La segunda para disipar el miedo que todos seguimos guardando con el mayor de los recelos.
Ninguna de las dos guiaban un camino que se preciase o iban a señalarnos el correcto, pero si nos arroparían con cientos de fuerzas que vienen desde ninguna parte.
Si podían hacernos creer más en nosotros.

Sé que suficiente nunca fue tu fuerte y que bastante es demasiado poco como para definir nuestra dimensión.
Sé que debí decirte que tenía miedo, pero entonces me sentí jugando al estúpido “pies quietos”.
La boca estaba seca y el corazón muy lento.
Vuelve.
Porque una vez me dijiste que volver es otra forma de estar aquí para siempre.

Y yo prometo no moverme, al menos durante los próximos sesenta segundos.
Luego seguramente me de por volar.
Siempre estoy a tiempo de dibujar alas de mariposas sobre otras espaldas.


      Cilian Murphy - Peaky Blinders 

sábado, 7 de julio de 2018

Mientras maduro me quedaré a vivir en una canción de Frank Sinatra

Hace tiempo que dejé de intentar rozar la perfección.
Me sumergí en la marabunta y cerré los ojos bien fuerte.
Hace tiempo, también, que decidí aplicar mis propios consejos.
Esos que te obligaban a continuar tu camino disfrutándolo, parando a mirar cuando el sol se desvestía de nubes, jugando a ser mi mejor heroína, una que ni colocara ni fuera guardiana de la justicia.
Hace un tiempo me dije aquello del ya llegará.

Y no ha sido hasta hoy cuando he comprendido que los futuros simples no terminan nunca en presente.

No me entienden ¿verdad?
Ni una palabra.
Si, yo tampoco suelo levantar la mano cuando los interrogantes me persiguen, me quedo callada e intento terminar un rompecabezas de 1000 piezas con 999.

Nunca he encontrado la última. Y da la casualidad de que el hueco siempre se queda en el margen superior izquierdo.

Para ser sincera, hablemos en porcentajes, el 90% de los pensamientos pasan por mi cabeza para terminar en el departamento de defectuosos.
No los proceso. Los dispenso así, incompletos. Me encanta profundizar pero no soy capaz de terminar esos dichosos pensamientos.
Tengo miedo de encariñarme de ellos y que decidan marcharse por su propio pie.

Es una soberana  tontería, lo sé.
Tampoco es un secreto que la tonta sea yo.

Y todo esto venía por el  molesto
ya llegará.

Llevo mucho mucho tiempo agarrándome a esas nueve letras con uñas y dientes, con días del calendario, con subrayados amarillo, con todos los viernes y trece- olvidando que abogaban a la mala suerte.

Pero no sabía el que quería que llegara.
Estaba convencida de que mi mayor deseo bajaría del cielo a modo de solución vital porque me lo merecía. 
¿Merecer?

Me he dado cuenta de que no buscaba nada. No deseaba nada. Todo lo que alguna vez ha pisado el acelerador de mis latidos ha pasado tan rápido como vino. Todo aquello con lo que he soñado no ha salido de mi cabeza.
Y no estoy en disposición de merecer nada si me quedo sentada mirando al infinito a la espera de que baje la sonrisa perfecta a darme la enhorabuena. No, si no termino de levantar mi mano sacudiendo de mis hombros la endemoniada vergüenza.

Creo que ha llegado la hora de poner en práctica de una vez por todas las gotas de lluvia que han ido calando en mí desde aquella niña curiosa y marisabidilla que fui.
¡Cómo he extrañado a esa niña estos últimos tiempos!
El querer abarcar mundo me abrasa la cabeza y juega a la ruleta rusa con mi corazón.
Cada mañana, al abrir los ojos intento encargarme única y exclusivamente de mi papel en esta función. Pero siempre me han ido las emociones fuertes y al final del día acabo siendo director, batería y hasta técnico de luces que cuando las apaga, cierra las puertas de un gran teatro con la llave maestra.

Me he propuesto de una vez por todas disfrutar el camino. Pararme a descansar todas las veces que lo necesite y coger carrerilla otras tantas. A los que corren conmigo no tengo que decirles nada. Las gracias se las colgué en la línea de salida y los abrazos los repartiré en la meta.
Solo espero poder ver que el esfuerzo se transforma en frutos y los árboles rebosan metáforas.

Espero poder darme cuenta de que los consejos solo sirven si se aplican y que las ganas, por más que se extingan como el humo de un vil cigarrillo, siempre tienden a invadirlo todo.